miércoles, 12 de mayo de 2010

En la vida de todo hombre siempre hay una mujer que marca un antes y un después. Y María és, ha sido, y será, esa mujer tan especial. Media vida he recorrido con la fortuna de haberla conocido, a veces queriéndola con locura, a veces todo lo contrario, pero siempre cerca uno del otro. Junto a ella aprendí muchas cosas buenas e importantes, y aún continúa siendo el motor de mis alegrías y el paño de mis lágrimas. Por eso quiero dedicarle estas lineas, del todo merecidas, ya que no sólo es alguien excepcional para mí (y para muchísima gente más), sino que fué ella quien decidió, un dia del lejano 1990, que ésta era la pelicula que debíamos ver.
Va por ella y por ese pedacito de cielo al que puso por nombre Carlos.
Recuerdo perfectamente, por la huella tan honda que me dejó, aquella fría tarde de un sábado en que tuve el inmenso placer de disfrutar esta maravilla: fué en el Club Coliseum, y al entrar en la sala tuve mis reservas al verla casi vacía, pero la preciosa chiquilla a la que acompañaba, y su inolvidable mirada cuajada de verde, me hicieron confiar en que la peli prometía.

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